lunes, 25 de agosto de 2014

El paraíso rural de Chen Shu Zhong


Para un observador occidental el primer encuentro con el arte de Chen Shu Zhong resultará fácilmente comprensible, incluso familiar. En un primer viztazo descifrará códigos visuales muy conocidos y será necesaria una segunda contemplación para darse cuenta de que se nos describen ambientes, personajes y paisajes chinos.
Sus pinturas, al óleo sobre lienzo, no sólo siguen la tradición pictórica europea en cuanto a la técnica empleada, sino que nos remiten directamente a la pintura Flamenca de género (paisaje, costumbrismo y bodegón) de los siglos XVI y XVII. El autor no puede negar su admiración por los paisajes de Pieter Brueghel (el viejo), su familia y sus influencias (pintores como Brueghel hijo, Joachim Patinir, Marten Van Valkenborch, Hieronymus Bosch, etc.) como éstos Shu Zong representa escenas de la vida cotidiana, quizá más imaginada y literaria que real. Como los flamencos prefiere hacer una representación alegórica de la vida en el campo y del paso del tiempo.
Se exalta la naturaleza y los frutos del trabajo campesino, que adquieren una dimensión fantástica.
Sus cuadros son una síntesis de sus recuerdos de infancia en los alrededores de Xingming, su ciudad natal en la región de Liaoning, reforzados por una imaginación detallista y con talento para el relato visual. Sus amables lienzos casi naïf representan a los agricultores, con sus sencillas costumbres al aire libre, con sus casas de fondo, en distintas estaciones del año.
Se percibe una mirada infantil, ingenua, que juega con las leyes de la perspectiva a su antojo, que jerarquiza el tamaño de las cosas en cuanto a sus propios intereses, creando bodegones surrealistas de objetos cotidianos, al estilo de Magritte. Teteras, jarrones o incluso electrodomésticos, mezclados
con manzanas, calabazas, mazorcas de maíz o setas de tamaño gigante, rodeados de pequeñas figuras humanas y paisaje. Sin embargo se aleja de la tradición burguesa de género por los grandes formatos, preferentemente cuadrados, que utiliza, con 180 o 200 cm de lado. También sus representaciones son casi siempre contemporáneas, hay una intención de contar la cultura campesina de la China actual y se esfuerza en plasmarlo tanto en el vestuario, como en utensilios y
un sinfín de pormenores.
Así en La vida en Ye Cao Tan (2004) sólo hay una casa que apenas se ve en perspectiva, el patio está ocupado por un gran cesto de mimbre con uvas, manzanas y un caldero de latón donde leen unos niños a la luz de una bombilla mientras otro va a su encuentro subiendo por una escalera de mano, una gran lámpara de aceite algo oxidada humea, al lado un campesino bombea agua hacia
una gran olla de barro en la que se bañan una madre y su hijo, mientras en primer plano hay un par de hombres de rostros curtidos sentados en el suelo, que descansan leyendo el periódico y literalmente “a la sombra” de un gran aparato de radio, ajenos a la expectación que despierta una descomunal mazorca de maíz.
Las distintas estaciones del año se representan en el cuadríptico Un agradecimiento a las cuatro estaciones (2008), donde de nuevo un bodegón central compuesto por los frutos de la tierra se rodea de un paisaje que cambia en cada estación. El invierno en Ye Cao Tan, un pueblo fantástico (2009) nos remite a alguno de los paisajes nevados de Brueghel, en particular por esa suerte de perspectiva caballera tan propia también del arte oriental y por la manera tan particular de mezclar edificios y árboles desnudos, siempre con las montañas al fondo, como en El regreso de la feria (2008), otro paisaje invernal lleno de signos de la vida cotidiana en un mundo rural, en el que conviven lo ancestral (un molino movido por un burro) con lo último en tecnología (el robot de cocina que alguien ha traído de la feria en una bicicleta). Otro momento importante en la aldea, una boda, se plasma en Esperando a la novia donde se hace una minuciosa descripción de costumbres y
alimentos, con una composición más abigarrada, vista desde una posición elevada que intenta abarcarlo todo y contarlo todo con la pintura, dar testimonio de la historia como en un mural de Diego Rivera, algo también muy evidente en La década de la pasión (2009) una mirada al pasado reciente de la China rural.
En la obra de Chen Shuzong hay optimismo, sentido del humor y celebración de la vida con un más que correcto dominio del óleo y del color, el conjunto hace que resulte un arte muy comercial, no sorprende pues que sus obras tengan éxito y se coticen dentro y fuera de China. Un arte amable, agradable y fácil de digerir, a veces demasiado dulce, tanto que podría perfectamente ilustrar un cuento para niños.
No hay como en sus referentes flamencos ironía, crítica social o drama. El tiempo transcurre de estación en estación entre la abundancia y la fiesta, ningún atisbo de sufrimiento o muerte. La Arcadia Feliz está en las aldeas de Liaoning.
Alberto Varela Ferreiro
Abril 2014 (Artículo publicado en el diario Chongqing Youth News el 24.04.2014)
http://www.cqqnb.net/ebook/201415/10258.html